lunes, 7 de agosto de 2017

SOBRE LA COHERENCIA

Quisiera comenzar este discurso tomando prestado el siguiente fragmento de Joan Carles Mèlich, quien nos brinda un esbozo de nuestra condición humana en relación con el tema central del presente Tr:. Arq:.

“A menudo se ha utilizado la metáfora del viaje para expresar el trayecto de la existencia humana. Si hay viaje, si la existencia es un viaje, lo es porque la vida humana es transformación, y lo es porque es finita. Nos transformamos porque nunca estamos del todo acabados. Si fuéramos infinitos el presente se impondría de forma pastosa y la existencia sería insoportable. Podría parecer una paradoja, pero no lo es: la vida puede tener un sentido porque jamás tiene un único sentido, sino siempre sentidos diversos y diferentes o incluso contradictorios, y porque todo sentido está amenazado por el sinsentido. Es en estas contradicciones y transformaciones donde el deseo aparece con toda su fuerza e intensidad. Hay deseo porque nunca llegaremos a la meta de una vez para siempre. Cuando creemos haber llegado a buen puerto surgen el desencanto y la insatisfacción. No hay ningún puerto, ningún oasis que pueda saciar absolutamente los deseos humanos. La vida humana no consiste en encontrar la felicidad, sino en buscarla.”
Al respecto quiero manifestar que siento una gran afinidad con los postulados de los autores que mencionaré a lo largo de mi argumentación, por tal motivo será inevitable caer en subjetividades y posiblemente esto pueda despertar diferencias de criterio con alguno de mis QQ:.HH:., hecho que consideraría enriquecedor en aras de motivar el diálogo y la construcción colectiva en este escenario libre de posiciones dogmáticas y radicalismos.
La cultura es un constructo social que a lo largo de la historia ha sido reflejo de las costumbres, hábitos y la visión del mundo de los miembros de cada grupo social, y que a su vez ha servido como soporte para su desarrollo y devenir histórico, formando un ciclo en el que la cultura se alimenta de la sociedad, mientras que el desarrollo social es inherente a su cultura. Dado lo anterior podríamos decir que ambos conceptos tienen un carácter dinámico, por ende, todos los productos culturales entre los que se cuenta el lenguaje, así como su significación y asignación de sentido también poseen dicha característica móvil, que con el paso del tiempo ha adquirido una connotación mucho más voluble o como la llamaría Zygmund Bauman, una condición líquida.

Duelo a garrotazos "Las dos Españas"
Francisco de Goya
Museo del Prado - Madrid
La vertiginosa movilidad que hemos adquirido en nuestra condición de seres sociales, además de finitos, nos sume en la más profunda contradicción, situación que es acuñada por el mismo Mèlich quien asegura que “Porque somos finitos existimos «en dependencia»: «desde», «entre», «para», «a partir de», «frente a», «en relación con», «en contra de», «a favor de», «junto a»... No es lo categórico ni lo absoluto, lo claro y lo distinto, la coherencia y la fortaleza, lo que caracteriza fundamentalmente el modo de ser humano, sino lo circunstancial y lo preposicional, lo relativo y lo dativo, lo frágil y lo contradictorio”. Esto se debe a que, como especie racional, somos conscientes de nuestra finitud, vivimos constantemente en negación de nuestra condición finita y buscamos la trascendencia, bien sea a través de un legado cultural, o mediante la búsqueda constante de una relación con la deidad, cualquiera que sea nuestra idea de ella; situaciones que de alguna manera nos brindan seguridad y disuelven la angustia del final, ante la idea de una posible existencia perenne.

En este sentido, muchos de los conceptos culturales se convierten en elementos maleables, tal es el caso del concepto de coherencia, mencionado de manera reiterativa en diversos escenarios sociales, con acepciones tan contradictorias que podría considerarse incluso paradójico. A fin de sustentar esta posición, referenciaré nuevamente a Mèlich, quien en su Ética de la compasión describe nuestra condición humana de la siguiente forma:
“Nadie, nunca, es ni puede ser plenamente fiel a su pasado, a su tradición, a su herencia, a su mundo. La coherencia, la congruencia, la fidelidad al mundo no son atributos humanos. Allí donde lo humano hace su aparición surge también necesariamente la ambivalencia, la selección, el recuerdo y el olvido, la interpretación, la reubicación, los umbrales, las sombras y los crepúsculos..., la deserción. La condición humana es una condición desertora. Nuestra «fidelidad», decía Paul Celan, radica precisamente en desertar: «Sólo si soy desertor, soy fiel».”
Los postulados del autor en mención guardan estrecha relación con la siguiente descripción aportada por Paul Valéry, quien manifiesta:
“La interrupción, la incoherencia, la sorpresa son las condiciones habituales de nuestra vida. Se han convertido incluso en necesidades reales para muchas personas, cuyas mentes sólo se alimentan […] de cambios súbitos y de estímulos permanentemente renovados […] Ya no toleramos nada que dure. Ya no sabemos cómo hacer para lograr que el aburrimiento dé fruto.
Entonces, todo el tema se reduce a esta pregunta: ¿la mente humana puede dominar lo que la mente humana ha creado?”
Teniendo en cuenta lo anteriormente expuesto, me gustaría lanzar a mis QQ:.HH:. la siguiente pregunta, ¿Cómo seres imperfectos y creadores del concepto objeto de esta disertación, es posible para nuestra condición humana acuñar la existencia de algún producto cultural en el que no exista contradicción?, desde una perspectiva muy personal me atrevería a responder que no, e incluso yendo un poco más lejos, pensaría que la mayor incoherencia del ser humano radica en el hecho de creerse coherente, dado que esta posición implicaría el desconocimiento del cambio y una concepción estática e inalienable del ser, situación por demás hipotética y utópica, tal y como lo plantea Bauman, quien asegura que “cuando observamos a las personas que conocemos y sobre las que sabemos algo: “vistas a distancia, sus existencias parecen poseer una coherencia y unidad que en realidad no pueden tener, pero que al espectador le parecen evidentes”. Se trata, por supuesto, de una ilusión óptica.”.

Palas y el Centauro
Sandro Boticelli
Galería Uffizi - Florencia
Quiero ser enfático en que a través del presente Tr:.Arq:. no pretendo hacer apología a ningún comportamiento que atente contra la ética, tampoco pretendo ser poseedor de verdades absolutas. Simplemente hacer un reconocimiento a una condición que nos hace humanos, la razón es un motor que impulsa al pensamiento, herramienta de creación y gestión del cambio social, sin ella probablemente podríamos alcanzar la coherencia de la bestia, que obedece a su instinto sin sentirse perturbada por sentimientos de culpa y mucho menos por una necesidad de trascendencia, motivada por una inevitable perspectiva de la propia muerte.

Para cerrar, no me resta más que manifestar que la coherencia, concebida desde una perspectiva moral, actúa como un concepto cruel y opresor del cambio constante que opera en nuestro interior, implicaría aferrarse a concepciones de mundo estáticas, negando el principio del diálogo, que reconoce en el interlocutor a un ser válido, con la capacidad de analizar situaciones y construir sus propios argumentos, llevándonos a escenarios de represión en los que nunca se estará dispuesto a renovar el pensamiento a partir del contacto con otras ideas.

Por otra parte una concepción de coherencia mediada por el cambio, implicaría una capacidad de adaptación motivada por la argumentación, en la que reconocemos nuestra condición humana y de seres en constante construcción, aceptando la contradicción como elemento inherente a nuestra existencia y del error como insumo fundamental para el aprendizaje y la remodelación nuestros Tem:. Interiores, hecho que debería traspasar los límites del espacio privado, haciéndose extensivo a la forma en que nos relacionamos con nuestros HH:. y con el mundo profano.


Es mi palabra.

CAAH
M:. M:.
Hosp:.

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